
«¡Finalmente, unas merecidas vacaciones! Este proyecto parecía no tener fin. Este descanso es muy merecido, lo gane bien ganado… todo debe ser perfecto; nada de imprevistos. Cada cosa bajo control, y a disfrutar de los beneficios, eso es lo que necesito» pensó Alejandro Yanez, un exitoso programador de software, con veintiocho años, soltero, de estatura media y complexión delgada.
Era un hombre con una mente ágil y muy analítica, perfectamente reflejada en su mirada aguda; siempre concentrado en lo que disponía a lograr. Sus ojos claros, siempre brillaban con una determinación inquebrantable mientras perseguía la eficiencia; un regalo de su soberbia inteligencia. Su cabello oscuro, cuidadosamente cortado, era un complemento de la seriedad que demostraba su rostro.
Alejandro era conocido entre sus amigos, por ser alguien muy obsesivo tanto con el orden como con la planificación de todas las facetas de su vida; nunca dejaba nada al azar, no creía en la casualidad. Planificó cada detalle de ese viaje turístico con precisión quirúrgica; absolutamente todo fue cuidadosamente calculado: horarios de vuelos, hoteles con comodidades específicas, itinerarios de excursiones bien organizados, ni la más mínima sencillez sin considerar, incluso hasta la capacidad de su batería externa y la cantidad exacta de adaptadores de corriente, fue tomado en consideración.
Para él, organizar ese viaje fue como escribir el codigo de un algoritmo perfectamente diseñado, dónde cada paso y variable estaban previstos con antelación. Alejandro no solo confiaba en que todo saldría bien, estaba seguro de ello como en muchos aspectos de su día a día.
El día del viaje, llegó al aeropuerto con suficientes horas de anticipación, según lo previsto en el plan. Revisó y se aseguro que todo marchara en orden tanto con su equipaje como su boleto de avión y sus documentos; todo marchaba perfectamente. Sin embargo, aunque Alejandro había previsto y considerado tanto, para que todo saliera según sus planes, pronto la casualidad, en la que no creía, le demostraría que no todo sale como se prevee; la ley de Murphy estaba por entrar en escena.
Al llegar a la puerta de embarque, fue anunciada la cancelación del vuelo por fallas técnicas en la aeronave; la cadena de eventos había iniciado. Alejandro se mantuvo sereno ante la noticia y regreso pacientemente para retirar su equipaje y reprogramar el viaje.
Una vez en el mostrador de la aerolínea, la situación empeoró. Tras reclamar su equipaje, debió esperar algunos minutos y luego le informaron que, desafortunadamente, había sido enviado en otro vuelo a un destino distinto; un error en la información del Bag Tag fue la causa. Como si fuera poco, mientras reprogramaba su vuelo, descubrió que no podia reservar hospedaje en los hoteles de la zona; su tarjeta de crédito presentaba un bloqueo en el sistema bancario, el error de un empleado de la institución emisora. Sus planes se desmoronaron rápidamente, y por primera vez, Alejandro considero lo que antes no; la suerte estaba en su contra.
Todo había resultado de manera imprevista. Ese día, no tenia más opciones, y se sentia frustrado y cansado, debia dormir en el aeropuerto: su equipaje estaba extraviado, el vuelo fue cancelado y, para colmo, no tenía dónde alojarse; solo contaba con una pequeña cantidad de efectivo en el bolsillo. Respiro profundo para no caer en la desesperación, y acepto la situación como un desafío más al que debía enfrentarse.
Se sentó un rato para descansar, necesitaba analizar y pensar en soluciones inmediatas; nada llegó a su mente. Luego de una hora, se levantó y se dirigió a un café; allí empezó a conversar con la camarera, una joven llamada Clara.
—¿En qué puedo servirle, caballero? —preguntó la camarera, apenas Alejandro se sentó en una de las mesas.
—Necesito un café, señorita. —respondió Alejandro, con la mirada perdida, como alguien que se encuentra sumergido en sus propios problemas.
—¿Expresso, Doble, Americano, Capuchino, Mochaccino, latte o macciatto? ¿Cuál le sirvo, caballero? —pregunto Clara nuevamente, sacando a Alejandro de su concentración.
—Cualquiera estaría bien, señorita. —respondió Alejandro con desdén.
—¡Le traeré un Mochaccino, caballero! Las cosas siempre ocurren porque así debe ser. —dijo Clara antes de ir por el café.
Clara era una mujer sencilla, con una forma particular de plantar cara a la vida: las cosas suceden por alguna razón, era su ideología. Tenía 24 años, el cabello rizado, la piel canela y los ojos oscuros; su meta: culminar su licenciatura en administración de recursos humanos.
—¿Que quiso decir con eso, señorita? La verdad, es que nunca he creído en lo que no se puede controlar. —dijo Alejandro, al momento en que Clara le entrega la taza de café.
—¿Un escéptico? ¡Interesante! A ustedes siempre les cuesta reconocer que las casualidades existen. —contestó Clara.
La conversación fluyó de manera natural, y ambos compartieron historias, puntos de vistas y sonrisas. Al final, Clara lo invitó a una feria de arte que se realizaba en la ciudad para que explorara un nuevo mundo, uno que él no había previsto; sin nada más que hacer, Alejandro aceptó la invitación.
Esa noche, no estuvo en el hotel con las comodidades adecuadas que eligió durante la planificación de su itinerario perfecto. En su lugar, vivió situaciones muy diferentes, llenas de momentos imprevistos. Gracias a eso, Alejandro conoció personas que le resultaron interesantes, unas con las que jamás habría compartido de no ser por la circunstancias ocurridas; la casualidad, esa en la que no creía, lo llevó a obtener otro tipo de experiencias. Clara le mostró una nueva perspectiva del mundo, una menos metódica; y no solo eso, también se convirtió en una amiga, una que en el futuro cercano, llegaría a ser muy importante en la vida de Alejandro y, todo, gracias a la ley de Murphy.
- Imagen ilustrativa generada y editada con IncollageApp.

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Es que la Ley de Murphy es real, no se puede pretender que no hayan imprevistos en nuestras vidas. Existe un mar de interacciones con el azar. Alejandro quiso aplicar sus conocimientos mas allá de su alcance real pero la realidad suele ser distinta.
Saludos y buena suerte..!
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Saludos. Gracias Casv. Claro que sí amiga. A veces la realidad nos sorprende con sus casualidades.
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¡Holaaa amigo!🤗
Ni siquiera los perfeccionistas nos salvamos de la ley de Murphy, pero esto es algo que nos cuesta mucho aceptar. Te confieso que me identifiqué con Alejandro e incluso, varias veces me han surgido imprevistos y la frustración que siento, es terrible jajajaja.
Te deseo mucho éxito en la dinámica... Un fuerte abrazo💚
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