
Bajo un cielo de barro y de sudores,
con el delantal viejo y el cabello en trenza,
la mujer se inclina, sin pedir honores,
parte el pan del día con amor y fuerza.
Tres bocas esperan, ni hambre ni hartura,
sólo el rito tibio de la simple cena,
y ella, sin promesas ni literatura,
es un faro humilde contra la condena.
El agua es escasa, la sal, medida,
la leña susurra en voz baja la historia,
y aunque la penuria ronda su vida,
sus manos defienden la vieja memoria.
A veces se asoma, por si él regresa,
con lodo en los pies y la frente ardiendo,
pero hoy no ha venido... y aun así empieza
a repartir calma, como si estuviera riendo.
El viento sacude la ropa tendida,
el gallo observa desde la lejanía.
Ella da lo justo, lo justo da vida,
sin pedir disculpas, sin melancolía.
¿Acaso es la esposa del jornal ausente
que regresa tarde, con manos heridas?
¿O acaso es el mundo indiferente
que la deja dar lo poco en sus vidas?
No hay pintura noble que la enaltezca,
ni palabra justa que su amor defina,
pero el sol la toca y el alma se ofrezca
donde el pan escaso nunca se termina.
Y tú que miras, lector de esta escena,
¿ves pobreza... o ves fortaleza plena?
Y si dudas, vuelve a mirar la escena...
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