El mundo está al borde del reinicio. La realidad se vuelve más cerrada cada día, y eso significa una sola cosa: la distribución será mínima y limitada.
Las personas no pelearán ya por ideologías, pelearán por comida, por agua, por espacio, por un cable de carga. La supervivencia será la única razón por la cual muchos cruzarán límites morales.
Y en esa pelea, no ganarán los justos, ganarán los más fuertes, los más adaptados, los más fríos.
Las autoridades ya no tienen peso real. Son figuras decorativas en un tablero que arde.
El sistema que construyó casas, autos, comida y tecnología ahora los vuelve inalcanzables para las nuevas generaciones. Ya no se trata de avanzar, sino de resistir.
La natalidad baja. No hay juventud suficiente. Los sueños y deseos están en manos de adultos cansados, sin paciencia, que ven claro su objetivo y están dispuestos a pisar a quien sea para lograrlo. Ya no se espera el futuro, se ataca.
Europa, que durante décadas fue símbolo de orden, ya pide a sus ciudadanos que tengan una mochila lista. Una mochila.
Ya no para viajar. Para huir. Para sobrevivir. Es la señal más clara de que incluso los que parecían seguros, ya no lo están. Eso para muchos es aterrador. Otros, en cambio, ya se están entrenando. Ya se están armando.
Ya están tomando decisiones extremas. Saben que esto no mejora. Saben que el reinicio está cerca. Lo sienten en el aire, en los precios, en las calles, en los silencios.
El mundo ya no es imposible.
El futuro es inevitable.