Respetando los esfuerzos, por demás inmensos, que muchas personas reconocidas están haciendo por Venezuela y su rescate, quiero iniciar el año poniendo el dial en cero, lo que quizás no guste a muchos.

Aceptémoslo: Venezuela ha dejado de ser país hace rato: este nombre su usa mundialmente para describir un terreno cercado donde el crimen corporativizado en alianza con los G.G.E.E.C.O. (Grupos Enemigos de la Civilización Occidental) hacen simbiosis en su crecimiento y desarrollo operativo, para lograr sus objetivos de dominación planetaria.

Además de lo anterior, la sensatez llama a concluir que NO EXISTE pueblo venezolano: llamarnos así es enmascarar la reducción de nuestra identidad hasta el punto de convertirnos en un grupo humano que comparte una triste y singular circunstancia: la de identificar el nombre de su país con el carácter de una prisión.

Y no somos pueblo, porque además de secuestrar el espacio, destruyeron la -ya maltrecha- historia que compartíamos, y la deformaron aún más de lo que ya la épica lo había hecho, convirtiendo a los héores en algo muy distinto a lo que somos, cuando ellos ¡FUERON NUESTRO ORIGEN!

Lo anterior, unido al cambio social originado por la explosión fractal de las TIC’s, facilitó este estado de “Tábula Rasa”, que ha entorpecido el surgimiento de nuevos líderes, ya que es más fácil ver las cosas de lejos: triste, pero cierto.

Por lo anterior y por otras cosas, es fundamental aceptar que todo debe partir de la construcción de la partícula germinal de todo pueblo: la persona.

Debemos diseñar el modelo del nuevo venezolano, confrontarnos con él, autocompletarnos, autorefinarnos y comenzar a encontrarnos para entonces discutir el nuevo pueblo que debemos construir.

Lo anterior es laborioso, complejo, pero indudablemente necesario.

Eso será el trabajo al que me dedicaré en los siguientes ladrillos.

Dios me ayude a hacerlo bien y para el bien.